20 sept 2025

In memoriam: Rubén Darío Herrera Rendón

Por Julián Ospina


Rubén Darío Herrera Rendón nació un 6 de mayo de 1967 en Pueblorrico, Antioquia, y desde allí, entre montañas y soles campesinos, comenzó a aprender el arte de observar. Fue el quinto de seis hermanos, esposo de Diana Patricia Restrepo Monterrosa, oriunda de Montelíbano-Córdoba, padre de Samael e Ian y abuelo de Alan, luz de su descendencia. Pero más allá de los lazos de sangre, fue hijo de la luz misma: la hizo su oficio y su destino. Me atrevería a decir que es uno de los fotógrafos más representativos del suroeste antioqueño.

Las imágenes que capturaba llegaban a ser del orden del milagro, sólo se las encontraba él, ninguno otro hubiese podido encontrárselas así, pero también las buscaba, caminaba en silencio, atento a una cierta forma de presentarse el color en un ángulo y de estar en lugar exacto en el momento oportuno. A veces salía triste a la calle y regresaba con una alegría de niño brillándole en los ojos por haber captado una foto, y no cualquiera.

En 1993 se inició en el medio audiovisual en el canal Telepueblorrico. Allí quizá aprendió que la cámara no es sólo un objeto, sino una brújula que lo orientaba hacia el alma de lo visible. Lo visible, esa ilusión que acaso sea el negativo de lo invisible que al morir revelamos. Allí, en Telepueblorrico, junto a Ómar, su amigo del alma, hicieron travesuras y escuela con el audiovisual.

Su formación fue constante y apasionada. No se limitó a la práctica: se nutrió de la lectura de grandes maestros de la fotografía como Michaell Busselle (Master of Photography), John Hedgecoe (El nuevo libro de la fotografía) y Michael Freeman (Compendio de fotografía digital). Su curiosidad lo llevó además a múltiples talleres y seminarios: audiovisual y producción de video documental (Medellín, 1993), iluminación, glamour y maquillaje (Medellín, 1998), poses e iluminación con Juan Bautista Zuluaga (Pereira, 1998), creatividad con Kodak Profesional (Medellín, 2001), y “Gente, lugares y momentos mágicos”, también con Kodak Profesional (Medellín, 2001). Cada experiencia fue sumando capas de luz a su mirada, afilando su ojo y su sensibilidad.

Para Rubén la fotografía fue vocación y forma de vida. Fue por la fotografía que se aficionó al cine, ámbito en el que realizó cortos documentales como Arrieros, Aquellos años…aquellos amigos y participó en el rodaje de películas como Pasos de héroe y en cortos como Kalashnikov escrito y dirigido por su amigo Juan Sebastián Mesa quien ha dirigido películas como Los Nadie (2016) y La Roya (2022). Una vez me confesó que su interés por el desnudo, de los que logró captar casi su esencia sagrada, la aprendió por ese gusto a la belleza, por ese deseo que nos enciende la vida pero, principalmente, lo aprendió porque se dio a la lectura de algunos libros de fotografía y de enciclopedias sobre la sexualidad que hace años eran los libros ocultos y hojeados con malicia por los adolescentes. Pero Rubén acudía a aquellos libros y a los de fotografía ávido de aprender.

Consciente del valor de la memoria colectiva, Rubén creó la página de Facebook Estampas de Pueblorrico, donde difundió bellas imágenes de su tierra natal, convirtiéndola en un archivo de identidad y pertenencia. Desde allí también dio vida a la serie Talentos, con la que reconoció y visibilizó a artistas locales. Su versatilidad lo llevó incluso a acompañar algunas producciones del cantante de reguetón Santiago Jaramillo, mostrando que su lente sabía transitar entre la tradición y la modernidad con igual respeto y entrega.

Rubén caminaba tras la luz, amaba los niños. Y esto es superior a las sombras. Hubo fotos que hizo primero en su imaginación y en su sentimiento como si elaborara el fermento que luego lo embriagaría. En Rubén Darío una foto nunca era la misma, siempre otra y cada vez nueva, con un matiz y riqueza de sentido, grafías de luz que hizo de sus fotos auténticos textos capaces de una belleza a la altura de la poesía, la música y, por qué no, a la altura de las levitaciones científicas y de la respiración. En la fotografía de Rubén la conexión del ojo con lo que ve trasciende lo técnico, era una especie de unión mística del fotógrafo a la cacería del instante revelándolos por la vía de la pupila la memoria de su corazón.

Su mirada supo encontrar belleza en lo simple: en los caballitos de acero que suben montañas, en la sonrisa de un niño, en la arruga noble de un anciano, en la noche que late. Por su amistad supe que a Rubén lo movía el arte, la gestión cultural, la comunicación, el cine, aparte del café que cultivaba y el amor y sus aventuras. Entre su plantas de café, de hecho, concibió distintos proyectos y sueños según me relató en tardes de amistad a carcajadas.

Rubén participó en festivales y concursos a nivel nacional e internacional que reconocieron su talento: desde Artes y Oficios de la Cultura Antioqueña (1995), el Salón del Artista de Jericó (1997), Colombia en Fotos (2013-2014), Cómo ve la Paz en Bogotá (2014), el Festival de Cine del Suroeste (2013-2014), hasta llegar a escenarios internacionales como Cannon Internacional (Bogotá, 2014) y Photo Acuae en España (2016). Fue miembro fundador del Festival del Cine del Suroeste Antioqueño, certamen que hoy honra su legado al entregar, año tras año, la estatuilla Rubén Darío Herrera Rendón a los ganadores de las diferentes categorías.  

Entre sus grandes logros, una de sus fotografías rurales alcanzó en 2013 el primer lugar entre 13.000 imágenes enviadas por 6.587 fotógrafos de todo el país. En 2020, además, fue uno de los fotógrafos seleccionados en el Concurso Latinoamericano de Fotografía Documental. Dondequiera que estuvo, Rubén dejó huella. Allí donde participó, su ojo no sólo habló, sino que dio voz a la tierra, al pueblo y a su memoria. 

En Pueblorrico, junto a su esposa Diana, no sólo fue artista, también sembrador de comunidad. Su rol como padre, vecino, gestor cultural y amigo mostró que la fotografía puede ser escuela y refugio, camino y humanidad. Supo que educar también es encender la chispa de la creación en los otros y que el arte es una forma profunda de amor. Sus imágenes lo tocan a uno, lo inspiran a darle un abrazo. Hubo quienes luego de verse a través del lente de Rubén se vieron mejor a sí mismos cual si hubiesen pasado a través de un espejo mágico.

Rubén dejó un legado de imágenes memorables. Bien haría su pueblo—si las voluntades políticas e interinstitucionales decidieran concretar el reconocimiento al valor de su obra— en preservar su memoria con un libro que dé testimonio de su mirada y sirva de ejemplo y aliento para las generaciones jóvenes. Porque en las fotografías de Rubén no emergen simples rostros ni paisajes, sino nítidos retratos de la tradición, de la historia y la cultura de un pueblo y una comunidad entera. Rubén nos legó la certeza de que mirar es también un acto espiritual. Sus fotos no se apagan: siguen vívidas en la memoria colectiva como instantes de luz capaces de vencer al tiempo.

Rubén Darío no fue un fotógrafo cualquiera, fue un alquimista de lo efímero. Sus imágenes son pletóricos testimonios de la ciencia de lo invisible, eran puentes entre la tierra y el cielo, entre el hombre y su historia, entre la vida y lo eterno.

Hoy, cuando lo evocamos, elevamos nuestro deseo de que sus ojos contemplen las bellezas del infinito, que la cámara del universo lo acoja y siga abriéndose para él, que su eterna aliada, la luz, lo asista ahora y siempre. Rubén, egresado de la I. E. El Salvador, de seguro ha ingresado ya al campo abierto de la salvación porque, como la luz, no muere, sólo cambia de forma. A pesar de que nos cueste un poco acostumbrarnos a esa forma peculiar de la luz que es ahora el grande y dulce Rubén Darío Herrera Rendón.

25 abr 2020

Girardota: Signos de la infestación de edificios en los pueblos de Antioquia

Hay dos casas antiguas, sobre la acera izquierda, la siguen dos edificios y el local donde está ubicada una institución dudosa en sus procedimientos llamada también por miles de ciudadanos como la Fotocopiaduría Nacional del Estado Civil. Más abajo, de color rosa, otra casa antigua. La iglesia, locales de comercio, otras pocas casas antiguas y la autopista. Al fondo sobresale la iglesia y se hunde el pueblo en el valle donde está asentadas las industrias y las bodegas. Y las pistas que gustan a muchos ciclistas de ruta. Atrás van quedando la historia de los pueblos y, olvido o memoria, son los lugares y sus transformaciones los que la cuentan.
El rojo de los carros con su distanciamiento obligatorio, el de la camisa del peatón y el de las banderas de las casas en la carrera 14 conocida como calle Bolívar en Girardota, pueden significar el estado alarmante de la contaminación del aire, la sangre de la violencia en Colombia. Lo interpretamos también como signo de alarma que indicaría el riesgo en el que se encuentran las casas antiguas si las considerásemos patrimonio cultural inmueble, continentes de memorias e historias. Acaso el pueblerino común y corriente observe solo el rojo de la bandera que iza por órdenes de los príncipes clericales. 
Cambiando de tema, les cuento que el actual alcalde ordenó con motivo de la emergencia sanitaria que, en caso de hambre, sacaran mejor la bandera azul de su partido. Tal vez los rojos digan que es porque ellos son “conservadores” de crisis. El alcalde en su reality dijo que ellos estaban "por encima de ella", la pandemia. Y de los venezolanos y de la oposición. Imagínense tanto gris (y no sólo en las fotos). 
Yo apenas sé que no solo hay riesgo de infección sino de infestación de edificios en medio de una hambrienta corrupción que carcome el tejido social. Los edificios caen en las montañas como una enfermedad. Un árbol menos, el agua amenazada. Es posible que dentro de pocos años, fruto del "progreso" y la mala "fe", hayan solo edificios y las calles digan poco o casi nada de las casas antiguas donde una vez los campesinos fueron con sus historias y otra cultura. 
Miro al Occidente al tomar la foto con la que cierro esta reflexión; es el ocaso y bajo con mi hijo de elevar cometa. ¿Qué más si no elevar, por lo menos, un hilo de esperanza en "las montañas de mi tierra", como las canta Epifanío Mejía? Aspirar una esencia, -si nos dejan-, "¡Oh, libertad!"

Texto y fotografía: Julián C. Ospina S.

Nota: Esta publicación se realiza con motivo de las Convocatorias Estímulos Especiales 2020, organizadas por la Gobernación de Antioquia a través del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia. Cabe decir, que los textos y fotografías de esta publicación están en relación con la propuesta pero son independientes. Se exponen a manera de ejemplo. 

5 sept 2019

DESDE EL CERRO EL GÓLGOTA, Escritor invitado

Pero vuelve y se detiene
Son las montañas reflejándose en ellas mismas
De nubarrones un trazo afilado 

forma unas alas de águila
Doble arco iris, media esfera perfecta,
Sientes la pureza de una lágrima
Y al cerrar los ojos
Buscas la concavidad de la tierra…

El canto amarillo de un pájaro, rosales, un pino
Guardianes de tapiales rotos; el Ángelus en la nave central
luego el latido de un perro a lo lejos
Sin rumor industrial

Desde los riscos un toro transparente embiste
Pájaro de alas cortadas son los niños 

del agosto negro en Pueblorrico, 
que vuelan ya, por encima del tiempo.

Pero vuelve y se detiene
Son las montañas reflejándose en ellas mismas
Un sol azul, cañaduzales y cafetales

Tocados por un fuego rosado como locos reímos Cuando escuchamos que hablan abajo en el pueblo,
de fútbol y guerras.



Por Julián María Ospina. Pueblorrico-Antioquia, 2016

17 dic 2018

¿Para qué lectores en los tiempos del ruido? -Escritor invitado-*

Por Carlos Andrés Jaramillo
Filósofo, escritor y poeta


Foto: Julián Ospina
No siempre hemos leído en silencio. Hasta el siglo XVI de nuestra era, no fue una práctica corriente. Tanto el poeta, como el senador o el monje copista de la antigüedad escribían calladamente, pero leían sus textos en voz alta, delante de otros. No importaba si era un poema, una réplica aguda a cualquier ofensa o una fatigosa prueba de la existencia de Dios. La voz humana nunca dejó de escucharse, ni siquiera en las lecturas calladas, menos frecuentes, donde el lector se escuchaba así mismo. No se leía en silencio, pero había un silencio que escuchaba. Hoy, sin embargo, hemos llegado a un momento de la historia, en el que, por la alta tecnificación de nuestra civilización, incluso pensar es difícil y escucharse a uno mismo, en ocasiones, un reto. La cantidad de ruido humano, que es ínfimo, comparado con los ruidos de la naturaleza, impide muchas veces comunicarse.

21 jul 2018

DE PUEBLORRICO PARA COLOMBIA: RECONOCIMIENTO DISTINTAS MANERAS DE NARRAR EL PATRIMONIO CULTURAL COLOMBIANO

Libros y Libres, proyecto educativo y cultural, creado, liderado y coordinado por el docente de filosofía Julián Ospina es el Proyecto ganador de la convocatoria "Reconocimiento distintas maneras de narrar el patrimonio cultural colombiano" en el Programa Nacional de Estímulos 2018 del Ministerio de Cultura de Colombia. En la categoría “Mejor contenido digital convergente” cuyo objetivo “busca reconocer la creatividad y el trabajo de los creadores de contenidos culturales de todo el país, para contar historias que promuevan la visibilización del patrimonio cultural colombiano, desde su complejidad histórica, artística y social, mediante propuestas narrativas innovadoras en distintos medios, lenguajes y formatos”. 
De modo que estos “reconocimientos permiten destacar procesos artísticos y culturales, cuyo rasgo distintivo es la excelencia y su contribución al sector”, como lo indica el documento de la Convocatoria. Por esta razón, incluyen también nuestro proyecto (de Pueblorrico para Colombia) en el Banco de Contenidos del Ministerio de Cultura. Aquí el enlace: http://bancodecontenidos.mincultura.gov.co/FichaDocumental/?id=11687#