29 sept 2016

CAMINO AL CERRO EL GÓLGOTA, PUEBLORRICO-ANTIOQUIA

Por Deicy Cifuentes Tabares. 11°

Aunque en las fuentes de investigación se dice que es un espacio para la peregrinación y la oración, lo que vi en mi visita al Gólgota  fue algo así como un  lugar abandonado y que muchas personas lo utilizan para algo muy diferente a  fines religiosos o deportistas.

Fotos de J. O. "Sin ningún derecho reservado"
El sábado a las 2:50 pm me dispuse a hacer una caminata hacia el cerro del Gólgota junto a mi perrita, cuando estuve en la entrada sentí un poco de miedo, pues es un lugar algo retirado y, actualmente, se ha convertido en el escenario perfecto para hacer lo que las fieles llamarían “las cosas del diablo”.

Sin embargo, me encanta ese ambiente fresco y embellecido por las grandes obras de la naturaleza además de las de don William Peláez, el mural que en este momento se encuentran un poco deteriorado por el  uso que la comunidad le ha dado y porque a la vez la naturaleza  reclama su espacio. Cuando iba subiendo me pareció un poco extraño que los perros de las casa que siempre salen a ladrar y en ocasiones a morder a la gente no hayan salido, lo que me hizo pensar que si alguien subiera detrás yo no podría saberlo pues no escucharía el ruido de los perros.


Observé durante todo el camino mi entorno y cada vez me parecía peor, en las banquitas, que se deben utilizar como descansaderos o lugares para “rezar”, había gran cantidad de basura: empaques de papa.de marihuana, de condones, entre otras cosas.



Se nota que no se hace ningún tipo de organización desde hace tiempo, pues 15 días atrás yo había hecho este mismo recorrido y por un aguacero muy fuerte que cayó en esos días se derrumbo un pino y aun estaba en el camino, mi perrita y yo íbamos un poco cansadas y agitadas pues me gusta subir a un ritmo acelerado, seguí subiendo y paré en el llamado árbol de la vida para beber un poco de agua y darle a ella.

De pronto escuche los ladridos de un perro pero no venían de abajo lo que me indico que alguien bajaba o estaba por allá, abrasé  el árbol pues me parece que los arboles pueden darte energía y continúe, pero ahora llevando a mi perrita sujetada con el lazo. Cuando Salí de esa vuelta que siempre me produce miedo porque es un poco oscura y cerrada vi en una de las bancas tres hombres y un perro, los hombres no tenían muy buen aspecto y generaban desconfianza pero yo no quería devolverme ya que me encanta llegar arriba y sentir que cumplí con la meta.


Apuré el paso e inmediatamente los hombres que estaban fumando marihuana e inhalando no se qué cosas empezaron hacer comentarios y decir una cantidad de guachadas. ¿Qué se pueden esperar de unos tipos así? Mi perrita los ahuyentó y ello, al ver su aspecto de pitbull grande, erizada y además gruñéndoles no continuaron con sus expresiones.



Más arriba observé que la hierba ya se está metiendo por el camino y parecía un lugar abandonado. Es irónico —pensé— cada que vienen familiares o personas de otra parte los invitamos para que conozcan El Gólgota, como si fuera lo mejor que tuviéramos. Pero me imagino que la imagen que se llevan de nosotros no es la mejor. De la hierba salió una culebra que extrañamente se quedo quieta cuando percibió nuestra presencia. Continúe asustada pues en tantas visitas que he hecho al Gólgota en estas me han pasado cosas muy extrañas, la tarde se tornaba un poco oscura y ahí estaba yo a punto de subir la última y más empinada subidita que siempre me ha parecido tediosa.

Cuando llegué al mirador que hay antes de llegar al Cristo mi perrita se subió a la banca y se sentó para indicarme que debíamos descansar, le di agua y le  tomé una foto al pueblo y a ella. Descansé un rato y continué hasta llegar a los pinos que están justo en la entrada del Cristo, me senté al pie de uno de ellos entre sus raíces y di gracias al cielo por estar bien en ese momento. No me parece que se debe estar frente a un Cristo de yeso para hablarle a Dios.
Abrí mi tula y saqué de allí un libro de Paulo Coelho “El Alquimista” para terminar de leerlo. Ojeé  un rato lo que ya había leído para sacar conclusiones de lo aprendido. No quise leer, entonces lo cerré y me puse a observar el pueblo que se estaba cubriendo de una espesa neblina. Miré el celular eran las 3:45pm y me dispuse a bajar pues se veía que iba a llover. Bajé por toda la mitad y observando a las orillas pues temía que una culebra pudiera picar a mi perrita.

Los hombres ya no estaban ahí pero en cambio había un asqueroso basurero, continúe bajando ahora más rápidamente. Ya empezaban a caer las primeras gotas de agua.

Viacrucis abajo, a tan solo tres estaciones de la entada, estaban dos de las señoras más criticonas y rezanderas del pueblo, subían diciendo el rosario y prendiendo una vela en cada estación. Me repararon de arriba abajo y saludaron hipócritamente. No respondí al saludo, no quería parecerme a ellas. Pensé: “es tan grande el peso de la culpa que hasta hace que la gente se moje”. Sonreí y ya estaba de regreso mirando el mural de don William Peláez  junto a un letrero que decía: “Ruta de vida y peregrinación”

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